«Me obligan a hacer memoria», responde con cierto pesar a la pregunta acerca de qué destaca de su propia trayectoria. Alega que su último currículum lo presentó hace mucho, recuerda que era grande pero nunca se preocupó de recuperarlo. Con sus 86 años, Pablo Carlevaro recibirá este viernes el título de doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (Udelar). En esa ceremonia no hablará sobre el pasado. Lo que importa es el futuro, defiende, y adelanta que entre otros asuntos, se referirá a uno que es y debe ser de preocupación especial para la Universidad: la marginación y la inequidad social.
Sorprende que no use lentes para leer. No se operó de los ojos sino que es miope y, para leer, la miopía juega a favor. El médico biofísico aflora y explica con detalle y propiedad que el cristalino es una lente que modifica su curvatura para poder proyectar la imagen en la retina, y que al envejecer ya no responde adecuadamente y se produce la presbicia. El miope tiene un poder excesivo de acomodación del cristalino y usa, sí, lentes, pero para amortiguar esa potencia y poder ver bien más lejos.
Afirma que lo esencial de su formación en el espíritu universitario se lo debe a su actividad militante en la Asociación de los Estudiantes de Medicina -que en 2015 cumple 100 años- donde circulaban ideas filosóficas y políticas de todo tipo. «Era un centro de formación universitaria natural, formación que no nos la daba ninguna clase, actividad de hospital ni nada», valora. Recuerda que las listas no se correspondían con partidos políticos y que si bien había diversas orientaciones «discutiendo nos poníamos de acuerdo».
En 1951 participó de las luchas obrero estudiantiles que lograron consagrar la autonomía de la enseñanza pública superior. Acusa que «aún hoy la autonomía universitaria es resistida por el poder político, que todavía no tolera que la Udelar sea autónoma, porque eso fue arrancado al poder político cuando la reforma constitucional de 1951». Opina que no sólo los partidos tradicionales se manifiestan contrarios a la autonomía universitaria sino que con la Ley General de Educación aprobada en 2009 «el Frente Amplio desaprovechó la oportunidad de dar autonomía a Primaria, a Secundaria y a la UTU», algo que también había sido consagrado en la Constitución de 1951.
Provocar el pensamiento
Carlevaro impulsó la práctica de la enseñanza activa. Afirma que «la enseñanza tradicional, la que se dicta en conferencias, en una clase magistral, es una enseñanza en la cual el tipo es pasivo: apunta y después repite en el examen lo que apuntó, acepta sin discutir. La enseñanza tiene que darle al individuo la posibilidad de cuestionar, porque está pensando diferente, porque no entiende o porque discrepa. El desarrollo de esa capacidad cuestionadora es lo que puede cuajar después en ser propositivo y hacer un proyecto de investigación».
Eso mismo intentó aplicar desde la década de 1950, cuando comenzó a ejercer la docencia en la Facultad de Medicina. «En un anfiteatro enorme yo hacía la enseñanza dialogada, es decir, los llenaba de preguntas a los tipos y los hacía contestar. Otros me criticaban porque decían: “¿Cómo vas a dar clase dialogada con 200 tipos?” Yo respondía: “No, con los 200 no voy a dialogar pero cuando uno hace una pregunta o da una respuesta, con él está acordando una cantidad grande de tipos que piensan o preguntarían lo mismo”. Era una clase con interacción, con un carácter dialéctico que la transformaba, el tipo está siempre con la cabeza alerta».
Con los pies en la comunidad
En 1969 Carlevaro fue electo decano. En aquel momento la Facultad de Medicina había convocado a integrantes de otras carreras —enfermería, nutrición, fisiatría, odontología, trabajo social, psicología— para desarrollar un programa de atención integral de salud en la comunidad. La experiencia daba sus frutos y se diferenciaba de experiencias de aprendizaje «del tipo de las golondrinas» en las que los estudiantes desembarcaban en una comunidad, estaban algunas semanas, hacían un diagnóstico y «levantaban vuelo». Pero el programa se cortó por completo con la dictadura cívico-militar que se extendió desde 1973 a 1985.
Con la reapertura democrática, Carlevaro volvió a ocupar el cargo de decano, que ejerció hasta 1992. Nuevamente, promovió la enseñanza activa, en esquemas que con base en la comunidad buscaban desarrollar las tres funciones universitarias. Así fue que los ámbitos de enseñanza de la Facultad de Medicina se extendieron a las policlínicas barriales del Ministerio de Salud Pública y de la Intendencia de Montevideo. «Defiendo la existencia de la comunidad como un nuevo espacio docente, así como lo es la cátedra, el laboratorio, el hospital. En la comunidad, lo que el tipo aprende no se puede apuntar en una libreta porque es un aprendizaje insensible para el estudiante. Es otro espacio, donde cambia mucho la forma de relación de los estudiantes con el lugar. La bata te da poder. Cuando los estudiantes van a la comunidad son visitantes y no andan vestidos de bata».
A Carlevaro le gusta contar anécdotas, no solo por rememorar lo que ocurrió, sino porque «dan idea de qué hay detrás de las palabras». Relata que cuando se instaló el programa de docencia en las policlínicas «había estudiantes que no querían ir a barrios lejanos. Una vez me llama el docente que estaba a cargo del grupo del Cerro para decirme: “Yo tengo unos estudiantes que son contrarios a esto pero que se han propuesto hacer todo lo que el programa dice que hay que hacer, y a mí me gustaría que usted viniera para que los viera, conversara con ellos”. A las ocho de la mañana estaba ahí, en la policlínica del Cerro. Salimos con el grupo, serían cinco muchachos, fuimos caminando hasta la casa de un paciente que tenían que ver. Cuando llegaron vi cómo se presentaron, cómo saludaban al familiar que los recibió y al enfermo: no con formalidad, sino con naturalidad. Yo observaba de qué manera interrogaban al enfermo, cómo percibían la evolución de la enfermedad, controlaban con él y con el familiar si se había hecho la terapéutica indicada y le hicieron algún examen. Hicieron todo de una manera profesional y eran pichones. ¿Cuánto habían aprendido? ¿Quién da clases sobre que las cosas hay que hacerlas así? Solo se aprende haciéndolas. Ellos eran escépticos respecto a su aprendizaje y yo se los dije: “Qué cantidad de cosas hacen ustedes que el médico tiene que hacer del mismo modo, y ojalá lo hicieran como lo hacen ustedes”. Entonces me dijeron: “Mire doctor, a unas pocas cuadras de acá hay una guardería está llena de chiquilines pero no tiene pediatra”. Yo era decano de la facultad y les dije: “En los posgrados de Pediatría en los corredores del Pereira Rossell cuando hay alguien dando clase los estudiantes de posgrado están amontonados, no caben, y aquí donde hay cantidad de chiquilines no hay ninguno”. Gol de ellos. Señalaron otra cosa: “¿Ve ese murito que hay ahí? Por la tarde vienen unos adolescentes que se drogan inhalando solvente de las pinturas. ¿Y? No hacemos nada”. Gol, segundo gol de los estudiantes. ¿Cuántas cosas habían aprendido para hacer esos señalamientos? ¿Qué perspectiva habían adquirido del quehacer médico asistencial?»
La integración en la práctica
A comienzos de la década de 1990 la experiencia acumulada y un llamado de la Fundación Kellogg a instituciones educacionales del área de la salud de América Latina para financiar proyectos de carácter multiprofesional y docente asistencial posibilitaron la creación del programa Aprendizaje y Extensión (Apex) en el Cerro de Montevideo.
«El Apex es un programa triplemente conjuntivo», subraya Carlevaro: «Junta las funciones de la universidad: permite hacer enseñanza, investigación y extensión. Junta las instituciones —facultades y escuelas universitarias—, en la Universidad no se está acostumbrado a trabajar conjuntamente. Y es conjuntivo de las entidades sociales que cooperan para logros de la comunidad, no podés trabajar en la salud separado de las intendencias y de los ministerios relacionados».
Para redimensionar sus palabras, cuenta otra anécdota de la primera década del Apex. «Un compañero neurólogo muy distinguido, Carlos Ketzoian, proyectó hacer un censo neuroepidemiológico de las enfermedades neurológicas del Cerro. Buscó cooperación de una cantidad de estudiantes, de Medicina principalmente. El trabajo es muy bueno, de los que yo conozco de epidemiología es el más interesante. Se valió de gente de la comunidad del Cerro con los cuales habló para que hicieran de “abridores” de las puertas de los domicilios porque no es fácil decir vengo a hacer unas preguntas de enfermedades neurológicas suyas y de su familia. Cuando terminó el estudio, hizo una exposición en el Apex, había gente de la comunidad y como Ketzoian pertenecía a la Sociedad de Neurología Internacional vinieron extranjeros, había uno o dos argentinos y un norteamericano además. Los tipos estaban con la boca abierta, no concebían que en una reunión científica estuvieran los vecinos oyendo lo que se decía de las enfermedades neurológicas del barrio, cómo no iban a estar si ellos eran “los cerrajeros”. Ese es un pequeño aspecto del Apex».
Carlevaro habla de «un concepto de extensión universitaria por acción directa» al que llama «intimidad social», un neologismo sociológico suyo que refiere al «entorno social en el cual la proximidad permite establecer relaciones personales de interacción en paridad respetuosa y con reciprocidad». Propone «llegar a la gente en relaciones interpersonales, en forma directa, no a través de un escrito, de un texto, sino a través de una proyección, una discusión, una propuesta, una reflexión, un quehacer compartido». Destaca que «la inserción del estudiante en la intimidad social no solo incrementa su formación, sino que además lo humaniza».
Descalificación social de la docencia
Considera que «no es necesario» que vengan científicos estadounidenses a enseñar en Uruguay, como solicitó el presidente José Mujica recientemente a su par Barack Obama. «Mujica está muy bien para el premio Nobel, porque vive en la chacra, es modesto, el sueldo le parece de más, pero tiene una guitarra inmensa y habla de lo que no sabe. Por poco no le dijo el otro día a Tabarez cómo había que sustituir a Suárez. Son otras las cosas. De Estados Unidos no tenés que traer tipos que vengan a dar clase, y mucho menos en Secundaria, y mucho menos en la UTU». Carlevaro dice que sí se pueden traer investigadores, y que para eso ya está el programa de científicos visitantes, que apoya la visita de investigadores de alto nivel provenientes de centros académicos del exterior. Aunque admite que habla de lo que conoce, que es la Facultad de Medicina, cree que «el nivel profesional de la Udelar es de excelencia». Pero manifiesta su temor: «Tengo miedo de que empiecen a despreciar la función docente porque es demasiado sacrificada para la remuneración que tiene. De eso tendría que entender Mujica. Se habla de Finlandia, pero en Finlandia los docentes no se mueren de hambre, reciben los mejores salarios, y eso garantiza que los que tienen más alto nivel se interesen por enseñar. Cuando yo era estudiante, hace 70 años, los profesores de liceo ganaban lo mismo que un funcionario bancario de inicio. ¿Y qué pasa con los maestros? Tienen vacantes y tienen que llamar a los jubilados para enseñar. A los profesores de Secundaria los descalificó la pérdida de salario. Yo a eso le llamo descalificación social del profesor».
Pablo Carlevaro recibirá el título este viernes 13 de junio a las 19 horas en el Paraninfo de la Universidad de la República.
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Sorprende que no use lentes para leer. No se operó de los ojos sino que es miope y, para leer, la miopía juega a favor. El médico biofísico aflora y explica con detalle y propiedad que el cristalino es una lente que modifica su curvatura para poder proyectar la imagen en la retina, y que al envejecer ya no responde adecuadamente y se produce la presbicia. El miope tiene un poder excesivo de acomodación del cristalino y usa, sí, lentes, pero para amortiguar esa potencia y poder ver bien más lejos.
Afirma que lo esencial de su formación en el espíritu universitario se lo debe a su actividad militante en la Asociación de los Estudiantes de Medicina -que en 2015 cumple 100 años- donde circulaban ideas filosóficas y políticas de todo tipo. «Era un centro de formación universitaria natural, formación que no nos la daba ninguna clase, actividad de hospital ni nada», valora. Recuerda que las listas no se correspondían con partidos políticos y que si bien había diversas orientaciones «discutiendo nos poníamos de acuerdo».
En 1951 participó de las luchas obrero estudiantiles que lograron consagrar la autonomía de la enseñanza pública superior. Acusa que «aún hoy la autonomía universitaria es resistida por el poder político, que todavía no tolera que la Udelar sea autónoma, porque eso fue arrancado al poder político cuando la reforma constitucional de 1951». Opina que no sólo los partidos tradicionales se manifiestan contrarios a la autonomía universitaria sino que con la Ley General de Educación aprobada en 2009 «el Frente Amplio desaprovechó la oportunidad de dar autonomía a Primaria, a Secundaria y a la UTU», algo que también había sido consagrado en la Constitución de 1951.
Provocar el pensamiento
Carlevaro impulsó la práctica de la enseñanza activa. Afirma que «la enseñanza tradicional, la que se dicta en conferencias, en una clase magistral, es una enseñanza en la cual el tipo es pasivo: apunta y después repite en el examen lo que apuntó, acepta sin discutir. La enseñanza tiene que darle al individuo la posibilidad de cuestionar, porque está pensando diferente, porque no entiende o porque discrepa. El desarrollo de esa capacidad cuestionadora es lo que puede cuajar después en ser propositivo y hacer un proyecto de investigación».
Eso mismo intentó aplicar desde la década de 1950, cuando comenzó a ejercer la docencia en la Facultad de Medicina. «En un anfiteatro enorme yo hacía la enseñanza dialogada, es decir, los llenaba de preguntas a los tipos y los hacía contestar. Otros me criticaban porque decían: “¿Cómo vas a dar clase dialogada con 200 tipos?” Yo respondía: “No, con los 200 no voy a dialogar pero cuando uno hace una pregunta o da una respuesta, con él está acordando una cantidad grande de tipos que piensan o preguntarían lo mismo”. Era una clase con interacción, con un carácter dialéctico que la transformaba, el tipo está siempre con la cabeza alerta».
Con los pies en la comunidad
En 1969 Carlevaro fue electo decano. En aquel momento la Facultad de Medicina había convocado a integrantes de otras carreras —enfermería, nutrición, fisiatría, odontología, trabajo social, psicología— para desarrollar un programa de atención integral de salud en la comunidad. La experiencia daba sus frutos y se diferenciaba de experiencias de aprendizaje «del tipo de las golondrinas» en las que los estudiantes desembarcaban en una comunidad, estaban algunas semanas, hacían un diagnóstico y «levantaban vuelo». Pero el programa se cortó por completo con la dictadura cívico-militar que se extendió desde 1973 a 1985.
Con la reapertura democrática, Carlevaro volvió a ocupar el cargo de decano, que ejerció hasta 1992. Nuevamente, promovió la enseñanza activa, en esquemas que con base en la comunidad buscaban desarrollar las tres funciones universitarias. Así fue que los ámbitos de enseñanza de la Facultad de Medicina se extendieron a las policlínicas barriales del Ministerio de Salud Pública y de la Intendencia de Montevideo. «Defiendo la existencia de la comunidad como un nuevo espacio docente, así como lo es la cátedra, el laboratorio, el hospital. En la comunidad, lo que el tipo aprende no se puede apuntar en una libreta porque es un aprendizaje insensible para el estudiante. Es otro espacio, donde cambia mucho la forma de relación de los estudiantes con el lugar. La bata te da poder. Cuando los estudiantes van a la comunidad son visitantes y no andan vestidos de bata».
A Carlevaro le gusta contar anécdotas, no solo por rememorar lo que ocurrió, sino porque «dan idea de qué hay detrás de las palabras». Relata que cuando se instaló el programa de docencia en las policlínicas «había estudiantes que no querían ir a barrios lejanos. Una vez me llama el docente que estaba a cargo del grupo del Cerro para decirme: “Yo tengo unos estudiantes que son contrarios a esto pero que se han propuesto hacer todo lo que el programa dice que hay que hacer, y a mí me gustaría que usted viniera para que los viera, conversara con ellos”. A las ocho de la mañana estaba ahí, en la policlínica del Cerro. Salimos con el grupo, serían cinco muchachos, fuimos caminando hasta la casa de un paciente que tenían que ver. Cuando llegaron vi cómo se presentaron, cómo saludaban al familiar que los recibió y al enfermo: no con formalidad, sino con naturalidad. Yo observaba de qué manera interrogaban al enfermo, cómo percibían la evolución de la enfermedad, controlaban con él y con el familiar si se había hecho la terapéutica indicada y le hicieron algún examen. Hicieron todo de una manera profesional y eran pichones. ¿Cuánto habían aprendido? ¿Quién da clases sobre que las cosas hay que hacerlas así? Solo se aprende haciéndolas. Ellos eran escépticos respecto a su aprendizaje y yo se los dije: “Qué cantidad de cosas hacen ustedes que el médico tiene que hacer del mismo modo, y ojalá lo hicieran como lo hacen ustedes”. Entonces me dijeron: “Mire doctor, a unas pocas cuadras de acá hay una guardería está llena de chiquilines pero no tiene pediatra”. Yo era decano de la facultad y les dije: “En los posgrados de Pediatría en los corredores del Pereira Rossell cuando hay alguien dando clase los estudiantes de posgrado están amontonados, no caben, y aquí donde hay cantidad de chiquilines no hay ninguno”. Gol de ellos. Señalaron otra cosa: “¿Ve ese murito que hay ahí? Por la tarde vienen unos adolescentes que se drogan inhalando solvente de las pinturas. ¿Y? No hacemos nada”. Gol, segundo gol de los estudiantes. ¿Cuántas cosas habían aprendido para hacer esos señalamientos? ¿Qué perspectiva habían adquirido del quehacer médico asistencial?»
La integración en la práctica
A comienzos de la década de 1990 la experiencia acumulada y un llamado de la Fundación Kellogg a instituciones educacionales del área de la salud de América Latina para financiar proyectos de carácter multiprofesional y docente asistencial posibilitaron la creación del programa Aprendizaje y Extensión (Apex) en el Cerro de Montevideo.
«El Apex es un programa triplemente conjuntivo», subraya Carlevaro: «Junta las funciones de la universidad: permite hacer enseñanza, investigación y extensión. Junta las instituciones —facultades y escuelas universitarias—, en la Universidad no se está acostumbrado a trabajar conjuntamente. Y es conjuntivo de las entidades sociales que cooperan para logros de la comunidad, no podés trabajar en la salud separado de las intendencias y de los ministerios relacionados».
Para redimensionar sus palabras, cuenta otra anécdota de la primera década del Apex. «Un compañero neurólogo muy distinguido, Carlos Ketzoian, proyectó hacer un censo neuroepidemiológico de las enfermedades neurológicas del Cerro. Buscó cooperación de una cantidad de estudiantes, de Medicina principalmente. El trabajo es muy bueno, de los que yo conozco de epidemiología es el más interesante. Se valió de gente de la comunidad del Cerro con los cuales habló para que hicieran de “abridores” de las puertas de los domicilios porque no es fácil decir vengo a hacer unas preguntas de enfermedades neurológicas suyas y de su familia. Cuando terminó el estudio, hizo una exposición en el Apex, había gente de la comunidad y como Ketzoian pertenecía a la Sociedad de Neurología Internacional vinieron extranjeros, había uno o dos argentinos y un norteamericano además. Los tipos estaban con la boca abierta, no concebían que en una reunión científica estuvieran los vecinos oyendo lo que se decía de las enfermedades neurológicas del barrio, cómo no iban a estar si ellos eran “los cerrajeros”. Ese es un pequeño aspecto del Apex».
Carlevaro habla de «un concepto de extensión universitaria por acción directa» al que llama «intimidad social», un neologismo sociológico suyo que refiere al «entorno social en el cual la proximidad permite establecer relaciones personales de interacción en paridad respetuosa y con reciprocidad». Propone «llegar a la gente en relaciones interpersonales, en forma directa, no a través de un escrito, de un texto, sino a través de una proyección, una discusión, una propuesta, una reflexión, un quehacer compartido». Destaca que «la inserción del estudiante en la intimidad social no solo incrementa su formación, sino que además lo humaniza».
Descalificación social de la docencia
Considera que «no es necesario» que vengan científicos estadounidenses a enseñar en Uruguay, como solicitó el presidente José Mujica recientemente a su par Barack Obama. «Mujica está muy bien para el premio Nobel, porque vive en la chacra, es modesto, el sueldo le parece de más, pero tiene una guitarra inmensa y habla de lo que no sabe. Por poco no le dijo el otro día a Tabarez cómo había que sustituir a Suárez. Son otras las cosas. De Estados Unidos no tenés que traer tipos que vengan a dar clase, y mucho menos en Secundaria, y mucho menos en la UTU». Carlevaro dice que sí se pueden traer investigadores, y que para eso ya está el programa de científicos visitantes, que apoya la visita de investigadores de alto nivel provenientes de centros académicos del exterior. Aunque admite que habla de lo que conoce, que es la Facultad de Medicina, cree que «el nivel profesional de la Udelar es de excelencia». Pero manifiesta su temor: «Tengo miedo de que empiecen a despreciar la función docente porque es demasiado sacrificada para la remuneración que tiene. De eso tendría que entender Mujica. Se habla de Finlandia, pero en Finlandia los docentes no se mueren de hambre, reciben los mejores salarios, y eso garantiza que los que tienen más alto nivel se interesen por enseñar. Cuando yo era estudiante, hace 70 años, los profesores de liceo ganaban lo mismo que un funcionario bancario de inicio. ¿Y qué pasa con los maestros? Tienen vacantes y tienen que llamar a los jubilados para enseñar. A los profesores de Secundaria los descalificó la pérdida de salario. Yo a eso le llamo descalificación social del profesor».
Pablo Carlevaro recibirá el título este viernes 13 de junio a las 19 horas en el Paraninfo de la Universidad de la República.
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Publicado el martes 10 de junio de 2014
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