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domingo, 31 de mayo de 2015

<< -Escéptico: Bueno, me tomaría más en serio la idea de
anarquismo si me dieses alguna razón por la que pudiera
funcionar. ¿Puedes nombrarme un único ejemplo viable
de sociedad que no haya tenido gobierno?
-Anarquista: Por supuesto. Ha habido miles, pero te
puedo nombrar las primeras que me vengan a la cabeza:
los bororo, los baining, los onondaga, los wintu, los ema,
los tallensi, los vezo...
-Escéptico: ¡Pero si son todos un puñado de primitivos!
Me refiero a anarquismo en una sociedad moderna, tecnológica.
-Anarquista: De acuerdo. Ha habido todo tipo de experimentos
exitosos: en la autogestión obrera, por ejemplo
la cooperativa de Mondragón; proyectos económicos
basados en la idea del don, como Linux; todo tipo de organizaciones
políticas basadas en el consenso y la democracia
directa...
-Escéptico: Claro, claro, pero son ejemplos poco representativos
y aislados. Me refiero a sociedades enteras.
-Anarquista: Bueno, no es que la gente no lo haya intentado.
Fíjate en la Comuna de París, en la revolución en
la España republicana...
-Escéptico: Sí, ¡y mira lo que les pasó! ¡Los mataron a
todos!
Los dados están trucados, es imposible ganar. Porque
cuando el escéptico habla de «sociedad», en realidad se refiere
a «Estado» o incluso a un «Estado-nación». Como nadie va
a dar un ejemplo de un Estado anarquista, lo cual sería una
contradicción terminológica, en realidad lo que se nos pide es
un ejemplo de un Estado-nación moderno al que de algún
modo se le haya extirpado el Gobierno. Por poner un ejemplo
al azar, como si el Gobierno de Canadá hubiera sido derrocado
o abolido y no reemplazado por ningún otro, y en su lugar
los ciudadanos canadienses se empezaran a organizar en colectividades
libertarias. Obviamente, jamás se permitiría algo
así. En el pasado, siempre que ocurrió algo similar —la Comuna
de París y la guerra civil española son ejemplos excelentes—
todos los políticos de los Estados vecinos se apresuraron
a dejar sus diferencias aparte hasta lograr detener y
acabar con todos los responsables de dicha situación.
Existe una solución, que es aceptar que las formas anarquistas
de organización no se parecerían en nada a un Estado,
que implicarían una incontable variedad de comunidades,
asociaciones, redes y proyectos, a cualquier escala concebible,
superponiéndose y cruzándose de todas las formas imaginables
y, probablemente, de muchas que no podamos siquiera
imaginar. Algunas serán muy locales, otras globales. Quizá lo
único que tengan en común es el hecho de no tener nada que
ver ni con el uso de armas ni con mandar a los demás callar y
obedecer. Y, dado que los anarquistas no persiguen la toma
del poder en un territorio nacional, el proceso de sustitución
de un sistema por otro no adoptará la forma de un cataclismo
revolucionario repentino, como la toma de la Bastilla o el asalto
al Palacio de Invierno, sino que será necesariamente gradual,
la creación de formas alternativas de organización a escala
mundial, de nuevas formas de comunicación, de nuevos
modos de organizar la vida menos alienados que harán que los
modos de vida actuales nos parezcan, finalmente, estúpidos e
innecesarios. Esto significará, al mismo tiempo, que existen
numerosos ejemplos de anarquismo viable: casi todas las formas
de organización disponen de alguno, en la medida que no
han sido impuestas por una autoridad superior, desde las bandas
klezmer hasta el servicio internacional de correos.
Desgraciadamente, este argumento no satisface a la mayoría
de escépticos. Quieren «sociedades». De modo que uno
se ve obligado a rebuscar en los registros históricos y etnográficos
entidades semejantes a Estados-nación (un pueblo
que hable una lengua común, que viva dentro de unos límites
territoriales, que reconozca un conjunto común de principios
legales...), pero que carezca de aparato estatal (lo que, siguiendo
a Weber, se puede definir más o menos como: un grupo de personas que reivindican, al menos cuando están juntas y en cumplimiento de sus funciones oficiales, el uso legítimo y exclusivo de la violencia). También se pueden encontrar, si uno lo desea, comunidades relativamente peque­
ñas de estas características alejadas en el tiempo y el espacio.
Pero entonces el argumento es que, precisamente por este
motivo, tampoco sirven. >>
Fragmentos de antropología anarquista |David Graeber

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