Christian Jesus Ferrer
NADIE ES MAS QUE NADIE Y NADIE ES MENOS QUE NADIE - CUARTA PARTE
¿Qué resta ahora? El centelleo reminiscente de combates a la vieja usanza y también un aire de desafío. Sólo eso, pero qué extraño es. Puesto que, ¿cuándo podrían haber vencido? La posibilidad era casi nula. Restan entonces, arrastradas por la riada de la historia argentina, algunas palabras y hallazgos de distinta confección de la demás resaca. Que le habían puesto el nombre “Martín Fierro” a una de sus publicaciones, porque sabían que aquel gaucho había sido un incorregible y no un icono. Que otros de sus órganos de difusión fueron llamándose El Oprimido, El Martillo, La Protesta Humana, El Ciclón, Hierro, Cúlmine, Reconstruir, Utopía, La Letra A. Que hacían “propaganda emancipadora entre las mujeres” y eso significaba predicarles el amor libre y promoverles apetencias sexuales, además de la “procreación conciente”, a la que después se llamó “planificación familiar”, y desde ya que nunca se interesaron por el sufragismo, por imponer cuotas femeninas, ni por la actual compulsión de muchas por atravesar el “techo de cristal” de las barricadas machistas. Que se rebautizaban con apodos tales como Perseguido, o Siberiano, o Universo, o Armonía, o Libertad, o Alba de Revolución, e incluso supe de alguno que le puso a sus once hijos e hijas nombres de piedras preciosas. Que eran embarcados desde Buenos Aires una y otra vez hacia sus países de origen sólo para ser reenviados a remotos presidios en el África o en Nueva Guinea. Que exigían al patrón trabajar en feriados religiosos o estatales y sólo se negaban a concurrir a sus labores los 1º de Mayo, día de los “Mártires de Chicago”, que por entonces no era asueto reconocido por el Estado argentino. Que alguna vez el sindicato de caldereros hizo huelga porque el patrón de una empresa había puesto a su hijo a trabajar en el puesto más básico del oficio y no le abonaba sueldo alguno. Que en su diario más conocido hubo publicidades de una conocida marca de cerveza, avisador que no dudaron en perder al denunciar en esa misma página que de su fábrica habían sido despedidos varios obreros. Que se cuidaban mucho de erigir montajes jerárquicos y entonces se congregaban en “grupos de afinidad”, lo cual no quiere decir, no exclusivamente, acuerdos ideológicos o tácticos, sino vínculos de confianza mantenidos en el tiempo. Que de sus escuelas propias habían destituido la vivisección de animales y llevaban a los niños de excursión a ver pájaros y animales de la ciudad o el campo. Que fueron pioneros del pensamiento anticolonialista, y así lo hicieron saber muchas veces, en casos como el de la ocupación española de Cuba, o la norteamericana de las islas Filipinas, o los embates europeos contra los boxers chinos, o, ya más recientemente, el zarpazo indonesio contra Timor Oriental, y tantos más. Que siempre hubo muchos más anarquistas pacíficos y constructivos que impulsados por violencias ciegas e inconducentes. Eran rasgos diferenciales, y además máximas de un sermón del no-ser, lo opuesto al destino manifiesto de la Argentina, que terminó siendo áspero y desdichado.
Por lo demás, las ideas libertarias son de difícil digestión en Argentina, donde hace mucho tiempo que la autoridad de Estado se transformó en vector de organización social, lo que quiere decir que los habitantes todo lo esperan del aparato estatal mientras procuran no entregarle nada a cambio, comenzando por los impuestos o la renta que se saca de la tierra o el trabajo de los demás. No obstante, siendo tan pocos, los anarquistas lograron hacer muchísimo en pocos años, sindicatos, escuelas, periódicos, ateneos, comunas vegetarianas, piquetes contra carnicerías, poner en locución pública la conveniencia del nudismo y el culto al sol, incluso la crítica a los prejuicios de los compañeros con respecto a la virginidad de sus hijas, para no mencionar las centenares de huelgas, algunas sostenidas durante meses y meses. Poca memoria quedó de todo ello y ya casi es pasto de paleontólogos. Quizás era una forma de pensar la vida que jamás hubiera tenido posibilidad de escucha duradera, pero no es un problema exclusivo del anarquismo. Eso les ha sucedido a tantos otros que por un tiempo gozaron de popularidad, pero que, al iniciarse el ocaso, quedaron sumidos en el desconcierto. Es difícil tomar conciencia de que la noche avanza, aún para ellos, que siempre supieron moverse en catacumbas y márgenes. Además, en el siglo XX, Argentina ha demostrado que su sistema político ha sido capaz una y otra vez de absorber matanzas de todo tipo, desde las últimas de los indígenas en el norte argentino –cientos de muertos– o las de anarquistas en el sur del país –cadáveres por miles–, para no mencionar ejemplos posteriores. Se diría que aquí hay una fosa común permanentemente abierta donde descartar los malos recuerdos.
Aunque su tiempo era otro, como el nuestro también lo será, el anarquismo a veces insiste. En cuentagotas, a veces en acometidas, o en reapariciones inusuales, aquí y allá. Ni siquiera minoría, necesariamente socia de la mayoría; tampoco destituyentes, que son los instituyentes mientras tanto. Sólo portadores de incompatibilidades que de vez en cuando hacen acople con personas, agrupamientos o gestos, como esos arroyuelos que parecen ondular a su aire y que conceden vigor y desborde a corrientes más caudalosas con las que súbitamente confluyen. Su mera mención pasa a ser llamativa, por ejemplo el 25 de mayo de 2010, en boca de la presidenta de la nación, en la Casa Rosada, por cadena nacional, ante embajadores y dignatarios extranjeros, cuando rememoró a los anarquistas, en un recuento histórico de ganancias sociales bicentenarias, como luchadores que quisieron iluminar al obrero. Una esquirla de la historia argentina con dejo de venia dada desde el futuro al animal extinto, en el entendimiento de que otros ideales, otros movimientos políticos, que tuvieron su esplendor, incluso gobernaciones y hasta el poder en algún país, se contrajeron tanto que ya no vienen a memoria. En todo caso, una vez reconstituida la autoridad de Estado, y con su “exterior” neutralizado, es posible la magnanimidad, en su justa medida. Así, México acuñó una moneda en memoria del anarquista Ricardo Flores Magón; Francia una estampilla en homenaje a Pierre-Joseph Proudhon; El Uruguay inscribió el nombre de Eliseo Reclús en un muro de la Universidad de la República Oriental; e incluso la Unión Soviética dio el nombre de Piotr Kropotkin a una avenida, una estación de subterráneo, y a una entera ciudad.
Bien, ya no están. ¿Cómo se mide la influencia que deja una persona o un grupo de afines? Es algo tan elusivo. La hendija, al comienzo, es muy pequeña. La grieta, apenas visible. La herida, no se sabe qué, quién, cuándo, cómo. Pero allí están: hendija, grieta y herida. Nada que haya sido dicho en nombre del dolor desaparece así nomás. Hay dejos libertarios en muchos autores y publicaciones posteriores al gran momento de que disfrutó el anarquismo a principios del siglo XX. Hubo algunos entendimientos con el radicalismo yrigoyenista una vez que fueron echados del poder. Algo de anarquismo queda en lo más rasposo de la memoria histórica del peronismo, es decir cuando no eran gobierno, cuando ni intendencias tenían, cuando eran apenas unos perseguidos. A veces fue recuperado por sindicalistas, por la tradición de lucha más que por el contenido de sus demandas. Asimismo algo anárquico late en la desconfianza general de los argentinos hacia los políticos, herencia quizás de sucesivos ultrajes. Y hay algo de todo eso en la exageración, ese delirio fértil de los argentinos, y en el vaivén entre individualismo y comunidad, siempre irresuelto, o en el gusto por lo “fuera de la ley”, no siempre interesante, y en la tendencia a la queja y el momentáneo aluvión, un hábito argentino que suele sobresaltar al aparato estatal, que olfatea el peligro. Además, la decadencia del marxismo les abrió algún espacio más en tanto el despliegue de las actuales “sociedades del control” suscita –un poco– una desconfianza no exenta de ideales libertarios. O quizás se trate simplemente de una tradición de pensamiento que tiene algo de “maná”, de atracción antípoda para aquellos que no se conforman, añorándose una existencia que permita desplegar las fuerzas no hasta donde comienza la libertad de otro sino justamente hacia encuentros en los cuales se potencian. La prosperidad del malestar existencial no siempre depende de las oscilaciones de la economía o la política.
¿Qué resta ahora? El centelleo reminiscente de combates a la vieja usanza y también un aire de desafío. Sólo eso, pero qué extraño es. Puesto que, ¿cuándo podrían haber vencido? La posibilidad era casi nula. Restan entonces, arrastradas por la riada de la historia argentina, algunas palabras y hallazgos de distinta confección de la demás resaca. Que le habían puesto el nombre “Martín Fierro” a una de sus publicaciones, porque sabían que aquel gaucho había sido un incorregible y no un icono. Que otros de sus órganos de difusión fueron llamándose El Oprimido, El Martillo, La Protesta Humana, El Ciclón, Hierro, Cúlmine, Reconstruir, Utopía, La Letra A. Que hacían “propaganda emancipadora entre las mujeres” y eso significaba predicarles el amor libre y promoverles apetencias sexuales, además de la “procreación conciente”, a la que después se llamó “planificación familiar”, y desde ya que nunca se interesaron por el sufragismo, por imponer cuotas femeninas, ni por la actual compulsión de muchas por atravesar el “techo de cristal” de las barricadas machistas. Que se rebautizaban con apodos tales como Perseguido, o Siberiano, o Universo, o Armonía, o Libertad, o Alba de Revolución, e incluso supe de alguno que le puso a sus once hijos e hijas nombres de piedras preciosas. Que eran embarcados desde Buenos Aires una y otra vez hacia sus países de origen sólo para ser reenviados a remotos presidios en el África o en Nueva Guinea. Que exigían al patrón trabajar en feriados religiosos o estatales y sólo se negaban a concurrir a sus labores los 1º de Mayo, día de los “Mártires de Chicago”, que por entonces no era asueto reconocido por el Estado argentino. Que alguna vez el sindicato de caldereros hizo huelga porque el patrón de una empresa había puesto a su hijo a trabajar en el puesto más básico del oficio y no le abonaba sueldo alguno. Que en su diario más conocido hubo publicidades de una conocida marca de cerveza, avisador que no dudaron en perder al denunciar en esa misma página que de su fábrica habían sido despedidos varios obreros. Que se cuidaban mucho de erigir montajes jerárquicos y entonces se congregaban en “grupos de afinidad”, lo cual no quiere decir, no exclusivamente, acuerdos ideológicos o tácticos, sino vínculos de confianza mantenidos en el tiempo. Que de sus escuelas propias habían destituido la vivisección de animales y llevaban a los niños de excursión a ver pájaros y animales de la ciudad o el campo. Que fueron pioneros del pensamiento anticolonialista, y así lo hicieron saber muchas veces, en casos como el de la ocupación española de Cuba, o la norteamericana de las islas Filipinas, o los embates europeos contra los boxers chinos, o, ya más recientemente, el zarpazo indonesio contra Timor Oriental, y tantos más. Que siempre hubo muchos más anarquistas pacíficos y constructivos que impulsados por violencias ciegas e inconducentes. Eran rasgos diferenciales, y además máximas de un sermón del no-ser, lo opuesto al destino manifiesto de la Argentina, que terminó siendo áspero y desdichado.
Por lo demás, las ideas libertarias son de difícil digestión en Argentina, donde hace mucho tiempo que la autoridad de Estado se transformó en vector de organización social, lo que quiere decir que los habitantes todo lo esperan del aparato estatal mientras procuran no entregarle nada a cambio, comenzando por los impuestos o la renta que se saca de la tierra o el trabajo de los demás. No obstante, siendo tan pocos, los anarquistas lograron hacer muchísimo en pocos años, sindicatos, escuelas, periódicos, ateneos, comunas vegetarianas, piquetes contra carnicerías, poner en locución pública la conveniencia del nudismo y el culto al sol, incluso la crítica a los prejuicios de los compañeros con respecto a la virginidad de sus hijas, para no mencionar las centenares de huelgas, algunas sostenidas durante meses y meses. Poca memoria quedó de todo ello y ya casi es pasto de paleontólogos. Quizás era una forma de pensar la vida que jamás hubiera tenido posibilidad de escucha duradera, pero no es un problema exclusivo del anarquismo. Eso les ha sucedido a tantos otros que por un tiempo gozaron de popularidad, pero que, al iniciarse el ocaso, quedaron sumidos en el desconcierto. Es difícil tomar conciencia de que la noche avanza, aún para ellos, que siempre supieron moverse en catacumbas y márgenes. Además, en el siglo XX, Argentina ha demostrado que su sistema político ha sido capaz una y otra vez de absorber matanzas de todo tipo, desde las últimas de los indígenas en el norte argentino –cientos de muertos– o las de anarquistas en el sur del país –cadáveres por miles–, para no mencionar ejemplos posteriores. Se diría que aquí hay una fosa común permanentemente abierta donde descartar los malos recuerdos.
Aunque su tiempo era otro, como el nuestro también lo será, el anarquismo a veces insiste. En cuentagotas, a veces en acometidas, o en reapariciones inusuales, aquí y allá. Ni siquiera minoría, necesariamente socia de la mayoría; tampoco destituyentes, que son los instituyentes mientras tanto. Sólo portadores de incompatibilidades que de vez en cuando hacen acople con personas, agrupamientos o gestos, como esos arroyuelos que parecen ondular a su aire y que conceden vigor y desborde a corrientes más caudalosas con las que súbitamente confluyen. Su mera mención pasa a ser llamativa, por ejemplo el 25 de mayo de 2010, en boca de la presidenta de la nación, en la Casa Rosada, por cadena nacional, ante embajadores y dignatarios extranjeros, cuando rememoró a los anarquistas, en un recuento histórico de ganancias sociales bicentenarias, como luchadores que quisieron iluminar al obrero. Una esquirla de la historia argentina con dejo de venia dada desde el futuro al animal extinto, en el entendimiento de que otros ideales, otros movimientos políticos, que tuvieron su esplendor, incluso gobernaciones y hasta el poder en algún país, se contrajeron tanto que ya no vienen a memoria. En todo caso, una vez reconstituida la autoridad de Estado, y con su “exterior” neutralizado, es posible la magnanimidad, en su justa medida. Así, México acuñó una moneda en memoria del anarquista Ricardo Flores Magón; Francia una estampilla en homenaje a Pierre-Joseph Proudhon; El Uruguay inscribió el nombre de Eliseo Reclús en un muro de la Universidad de la República Oriental; e incluso la Unión Soviética dio el nombre de Piotr Kropotkin a una avenida, una estación de subterráneo, y a una entera ciudad.
Bien, ya no están. ¿Cómo se mide la influencia que deja una persona o un grupo de afines? Es algo tan elusivo. La hendija, al comienzo, es muy pequeña. La grieta, apenas visible. La herida, no se sabe qué, quién, cuándo, cómo. Pero allí están: hendija, grieta y herida. Nada que haya sido dicho en nombre del dolor desaparece así nomás. Hay dejos libertarios en muchos autores y publicaciones posteriores al gran momento de que disfrutó el anarquismo a principios del siglo XX. Hubo algunos entendimientos con el radicalismo yrigoyenista una vez que fueron echados del poder. Algo de anarquismo queda en lo más rasposo de la memoria histórica del peronismo, es decir cuando no eran gobierno, cuando ni intendencias tenían, cuando eran apenas unos perseguidos. A veces fue recuperado por sindicalistas, por la tradición de lucha más que por el contenido de sus demandas. Asimismo algo anárquico late en la desconfianza general de los argentinos hacia los políticos, herencia quizás de sucesivos ultrajes. Y hay algo de todo eso en la exageración, ese delirio fértil de los argentinos, y en el vaivén entre individualismo y comunidad, siempre irresuelto, o en el gusto por lo “fuera de la ley”, no siempre interesante, y en la tendencia a la queja y el momentáneo aluvión, un hábito argentino que suele sobresaltar al aparato estatal, que olfatea el peligro. Además, la decadencia del marxismo les abrió algún espacio más en tanto el despliegue de las actuales “sociedades del control” suscita –un poco– una desconfianza no exenta de ideales libertarios. O quizás se trate simplemente de una tradición de pensamiento que tiene algo de “maná”, de atracción antípoda para aquellos que no se conforman, añorándose una existencia que permita desplegar las fuerzas no hasta donde comienza la libertad de otro sino justamente hacia encuentros en los cuales se potencian. La prosperidad del malestar existencial no siempre depende de las oscilaciones de la economía o la política.
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