Christian Jesus Ferrer
TRÉBOLES
Cuando se quiera comprender porque los escritos libertarios no dejaron marca en las subculturas intelectuales de este país no deberá recurrirse al largo predominio que mantuvieron el marxismo político o científico, o bien el populismo en sus variopintos derroteros y combinaciones, ni tampoco ha de remarcarse que las creencias de los anarquistas resultaban incompartibles en un país a fin de cuentas moderadamente conservador, o repercutir una vez más sobre las campañas de represión –tanto las rutinarias como las extraordinarias– que fueron desatadas sobre ellos y que los diezmaron mucho. Son motivos de peso, pero aún más significativa es la ausencia, en los ajuares bibliográficos de los hombres de ideas argentinos, y en las de sus lectores, de atención dolorida o espantada a las obras de librepensadores sin partido político, como Lewis Mumford, George Orwell y Albert Camus, por nombrar a tres hojas de un trébol que no pasó desapercibido pero que nadie se tatuó en la frente. Si se piensa en los cientos y cientos de autores y libros que esas subculturas consumieron en su momento y que luego fueron a parar a los osarios de las librerías de viejo, o en los que son leídos hoy como supuestos reveladores de claves de la política, la geopolítica y el próximo porvenir y que tampoco nadie consultará mañana, más pronunciada se hace la falta de contrapeso. Tanto materialismo terrenal que terminó remontándose a las nubes y tanta sal ática que el tiempo y los acontecimientos disolvieron casi en un santiamén cuando hubo gente con opiniones insobornables, sobre todo no orgánicas, no prendidas de las ideologías del momento. Esos hombres –Mumford, Orwell, Camus– fueron voces de alerta en defensa del pensamiento independiente en tiempos liberticidas y fueron la compañía y la interlocución de los anarquistas. En asuntos que dejaron tras de sí víctimas y muertos por decenas de millones –la tecnificación acelerada, la deriva asesina de los imperios significativos del siglo y también la de sus satélites, las tomas de posición en favor de movimientos de liberación cuyas castas dirigentes ya afilaban el cuchillo para lanzarse unos contra otros una vez que las autoridades coloniales abandonaron los territorios ocupados, para no mencionar tantos otros sucesos de la Guerra Fría ya entumecidos en un témpano que ahora flota al garete en la memoria de nadie–, fueron ellos los que tenían razón. Y no sólo ellos, los hubo más, muchísimos más, pues en todo prado hay variaciones infrecuentes, tréboles de cuatro hojas.
Cuando se quiera comprender porque los escritos libertarios no dejaron marca en las subculturas intelectuales de este país no deberá recurrirse al largo predominio que mantuvieron el marxismo político o científico, o bien el populismo en sus variopintos derroteros y combinaciones, ni tampoco ha de remarcarse que las creencias de los anarquistas resultaban incompartibles en un país a fin de cuentas moderadamente conservador, o repercutir una vez más sobre las campañas de represión –tanto las rutinarias como las extraordinarias– que fueron desatadas sobre ellos y que los diezmaron mucho. Son motivos de peso, pero aún más significativa es la ausencia, en los ajuares bibliográficos de los hombres de ideas argentinos, y en las de sus lectores, de atención dolorida o espantada a las obras de librepensadores sin partido político, como Lewis Mumford, George Orwell y Albert Camus, por nombrar a tres hojas de un trébol que no pasó desapercibido pero que nadie se tatuó en la frente. Si se piensa en los cientos y cientos de autores y libros que esas subculturas consumieron en su momento y que luego fueron a parar a los osarios de las librerías de viejo, o en los que son leídos hoy como supuestos reveladores de claves de la política, la geopolítica y el próximo porvenir y que tampoco nadie consultará mañana, más pronunciada se hace la falta de contrapeso. Tanto materialismo terrenal que terminó remontándose a las nubes y tanta sal ática que el tiempo y los acontecimientos disolvieron casi en un santiamén cuando hubo gente con opiniones insobornables, sobre todo no orgánicas, no prendidas de las ideologías del momento. Esos hombres –Mumford, Orwell, Camus– fueron voces de alerta en defensa del pensamiento independiente en tiempos liberticidas y fueron la compañía y la interlocución de los anarquistas. En asuntos que dejaron tras de sí víctimas y muertos por decenas de millones –la tecnificación acelerada, la deriva asesina de los imperios significativos del siglo y también la de sus satélites, las tomas de posición en favor de movimientos de liberación cuyas castas dirigentes ya afilaban el cuchillo para lanzarse unos contra otros una vez que las autoridades coloniales abandonaron los territorios ocupados, para no mencionar tantos otros sucesos de la Guerra Fría ya entumecidos en un témpano que ahora flota al garete en la memoria de nadie–, fueron ellos los que tenían razón. Y no sólo ellos, los hubo más, muchísimos más, pues en todo prado hay variaciones infrecuentes, tréboles de cuatro hojas.
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