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sábado, 31 de octubre de 2015

LA CONSTRUCCIÓN DEL PAISAJE COMO REFLEJO DE LO POLÍTICO: SOCIEDADES CONTRA ESTATALES EN TAFÍ DEL VALLE

Jordi López Lillo y Julián Salazar, fueron quienes publicaron a principios de este 2015, los primeros resultados de una arqueología de campo desde la perspectiva anarquista en Argentina, un trabajo de línea clastreana titulado “Paisaje centrífugo y paisaje continuo como categorías para una primera aproximación a la interpretación política del espacio en las comunidades tempranas del Valle de Tafí (Provincia del Tucumán)”, y que se corresponde a un capítulo del libro "Condiciones de posibilidad de la reproducción social en sociedades prehispánicas y coloniales tempranas en las Sierras Pampeanas (República Argentina)", compilado por Salazar y publicado por el Centro de Estudios Históricos Prof. Carlos S. A. Segregui, Córdoba. Argentina. En él, muestran cómo las poblaciones agropastoriles que habitaron el territorio mencionado, se articularon de forma fragmentaria, con la intencionalidad de evitar la centralización del poder político, evitando así la aparición de estructuras de tipo estatista. A continuación podrán leer una síntesis de esta investigación, en la que se destacan los principales conceptos utilizados, su metodología de trabajo y la evidencia que sustenta sus conclusiones.

Restos de edificios circulares en la Reserva La Bolsa (imagen tomada de http://www.lagaceta.com.ar/nota/534556/sociedad/arqueologia-cielo-abierto.html)

En este artículo, comienzan realizando una crítica al posicionamiento tradicional de la arqueología, desde la cual se considera que los pueblos agropastoriles se ven obligados a la adopción de sistemas cada vez más centralizados y jerárquicos, situación que, considerada temporalmente, es un hecho “natural” en todas las sociedades. Observan que estos presupuestos se pueden rastrar hasta Rousseau. A fin de deconstruir estas premisas, comienzan por analizar, según definiciones de los diccionarios oficiales de la lengua castellana, las nociones de “lo apolítico”, “lo impolítico” y “lo político”. Mientras la primera remite a algo ajeno a esta esfera, la segunda refiere a lo políticamente inoportuno. Lo político, finalmente, se ancla en las ideas de “gestión de los asuntos públicos” o simplemente “gobierno del Estado”.  El sesgo etnocéntrico de estas definiciones las vería Mair en 1970, al hablar de “gobierno primitivo”, o mejor, “gobierno sin Estado”. 
Así, las investigaciones en arqueología y antropología han tendido a despolitizar a las sociedades no estatales, al atribuir “la política” a esas caracterizadas por relaciones de desigualdad, jerarquía y centralización del poder; un invento histórico ocurrido cuando la toma de decisiones comunes se separa de la esfera de la vida cotidiana. Desde este marco, la acción política se restringe a un grupo reducido de personas cuyas actividades se orientan a maximizar la acumulación de “capitales”, por lo que se imagina su gestión bajo fuertes premisas economicistas. 
Con su análisis de los grupos amazónicos, Clastres produce un quiebre en la interpretación evolucionista que veía al surgimiento de sociedades estatales como un proceso de complejización de sociedades más simples, apareciendo la necesidad de gestión de la violencia y la política. Con él, la noción de que las sociedades con economía cazadora, recolectora u horticultoras están en un “estadio inferior”, que es “preestatal” o “aestatal”, pasan a ser entendidas como “contra estatales”. Sin embargo, como bien se ha marcado en diversas ocasiones, un uso erróneamente estático de los instrumentos planteados por Clastres puede tornarse tan esencialista e inoperante como lo que él trataba de combatir. No son pocos los casos etnográficos donde se puede ver, en sociedades descriptas en su totalidad como “estatistas” o “contraestatistas”, de prácticas con tendencia opuesta a la general. Así, para Clastres, la explicación de cómo las “sociedades primitivas” podían reproducir su lógica centrífuga de disolución de las concentraciones de poder, era la “guerra extracomunitaria”. Sin embargo, no debe ser difícil observar que ésta no puede actuar sola, si no que se verifica como resultado de un cúmulo mucho más amplio de prácticas y dispositivos culturales, que tienen que ver con la articulación de las nociones de poder y autoridad. Para los autores, el punto de este planteo es la posibilidad de advertirlas en la cotidianidad en la que operan.
En buena parte, la arqueología se asentó discursivamente sobre un paradigma de “asepsia” materialista, en parte a la propia construcción disciplinar. Esto puede explicar las distorsiones esencialistas que la arqueología arrastra desde el siglo XIX centradas en nuestros propios códigos culturales. 
Prestando atención a todo lo antedicho, en este trabajo los autores comienzan a desandar ese camino, presentando las bases para un análisis del paisaje aldeano en que habitaron los grupos agropastoriles tempranos del Valle de Tafí (en la actual provincia de Tucumán, Argentina), entre el 100 a.C y el 850 d.C.
Parten de la hipótesis de que la construcción del espacio de estas sociedades ha de reflejar su gestión política, tanto como estar orientada a su reproducción. Si en base a lo dicho anteriormente, ésta se observa más o menos contraestatista, sus elementos centrales pueden mostrarse como escenarios donde se negociarían las tenciones entre las dinámicas centralistas y descentralizadoras, con cambios en los equilibrios de dominancia, pero sin una “dominación vertebradora” de todo el cuerpo social, nada parecido a un “Estado incipiente”. De hecho, la más o menos abrupta desaparición de la tradición Tafí con casi un milenio de existencia, parece mostrar que sus prácticas políticas no buscaban la osificación estatista ni la centralización del poder y la autoridad. Cualquiera fuera el motivo que influyó en la reorganización social hacia la época conocida como Período de Desarrollos Regionales (o Período Tardío), el Estado no fue una solución internamente lógica.
Para comprender el caso de estudio, se hace necesaria una descripción de las poblaciones que habitaron el Valle de Tafí entre el 300 y el 1000 d.C. Estas construyeron cientos de viviendas circulares de piedra, con diversos grados de agregación (o sea, más o menos aglomeradas) en sectores próximos e intercalados a los campos de cultivo y ganadería, configurando un complejo sistema de construcciones, con andenes, terrazas, desmedres, líneas de contención del suelo, etc. Entre ellos, construyeron montículos asociados a monolitos, interpretados normalmente como espacios dedicados a reuniones comunitarias oficiadas por las incipientes elites, a lo largo de un proceso de creciente centralización. Sin embargo, las recientes evidencias cuestionan la escala de este proceso de integración proponiendo la existencia de colectivos de pequeña escala quienes controlaron medios productivos y su reafirmación simbólica mediante la imagen de sus ancestros, permitiéndose así grandes márgenes de acción y toma de decisiones a escala local, formando un espacio social fragmentario y centrífugo. Para entender las claves políticas de estas sociedades se hace necesario profundizar en las consideraciones sobre política, prácticas y espacialidad. Para ello se debe discutir las estructuras de las configuraciones espaciales de los asentamientos, especialmente la distribución de las unidades residenciales, las estructuras de producción y los espacios ceremoniales con el fin de analizar las diversas situaciones de agregación, dispersión, control, centralidad, visibilidad, simetría, etc. 
Los autores proponen aquí delinear las primeras claves para aproximarse a tales problemáticas integrando un variado corpus de información que permiten ubicar los sectores de asentamiento, las fuentes de aprovisionamiento de materias primas, las áreas de producción y las vías de comunicación, poniéndolas en relación al poblamiento del período temporal antes mencionado.
La alta visibilidad de las estructuras arqueológicas es una característica del Valle de Tafí. Dichas estructuras de distribuyen, en los espacios aún no antropizados por la acción contemporánea, de manera bastante homogénea y en una gran extensión. La mencionada característica a permitido a lo largo del siglo pasado, la realización de diferentes clasificaciones de estructuras en la suposición de que una coincidencia formal indica coincidencias funcionales y cronológica-culturales. Todas las tipologías, mientras no se sustenten en excavaciones orientadas a obtener buenos fechados, tienden a caer en una idea de sincronía para el período abordado, de casi mil años de duración. Sin embargo, consideran que la arqueología “no invasiva” puede proveer aún mucha información. Por esto, iniciaron en los últimos años un proyecto de topografía intensiva, restringidos a dos parajes del Valle de Tafí: La Bolsa y Carapunto, cuyos resultados sustentan el presente trabajo.
Para poder analizar la gran cantidad de información recabada, se trabajó mediante capas de datos diferenciados en un entorno informático de tipo GIS, que permite el despliegue de análisis espaciales estadísticos relativamente complejos. 
Los autores parten del supuesto de que existe en la secuencia de ocupación del valle un momento en el que gran parte de las estructuras visibles estuvieron habitadas. Por decirlo de otro modo, un momento de apogeo. Si bien esto supone un riesgo, permite clarificar las dinámicas que rigieron las estrategias de poblamiento desde la aparición de las comunidades Tafí hasta la conformación del paisaje arqueológico acumulado en torno al 1000 d.C. Para este análisis espacial utilizaron cuatro tipos básicos de entidades constructivas: Estructuras que por su ubicación y dimensiones se interpretan como patios articuladores de viviendas de patrón Tafí (descrito como un patio circular con variable número de habitaciones circulares adosadas); las estructuras interpretadas como habitaciones adosadas a tales patios; estructuras aisladas que por sus dimensiones pudieron haber estado techadas; y estructuras que por su forma o dimensiones generalmente no techables pudieron ser espacios productivos. Esta categorización supuso una base operativa de más de mil entidades arquitectónicas registradas, con cerca de 78.000 metros cuadrados construidos para un área relevada de casi 750 hectáreas. 
Dentro de las viviendas de patrón Tafí existe una gran variabilidad en el número de recintos adosados al patio, y a veces entre sí o a otros patios considerados secundarios. Este tipo de esquema podría permitir ensayar el tipo de relaciones que evidencian, más allá del tamaño y número de espacios arquitectónicos, la compleja articulación del espacio doméstico y el grupo humano que lo habitaba. Se considera que estuvieron habitados por un “núcleo familiar”, sin que por ello se defina su composición y características, ya que para analizar las relaciones de parentesco se hace necesario marcos específicos de análisis. En relación a la magnitud de estas unidades, se observó que más de la mitad se ubica en el rango entre 3 a 5 estancias adosadas, con una clara preponderancia de su valor extremo inferior. Los valores superiores e inferiores descienden en términos porcentuales, siendo las unidades más escasas las compuestas por patios con más de seis habitaciones a su alrededor, representando sólo el 14% de la muestra de unidades domésticas para un 9% de la de habitaciones. 
Otra característica que puede ser significativa es la ubicación y distribución espacial de estas entidades. Parece fácil de distinguir una tendencia a que las unidades domésticas aparezcan agrupadas en núcleos de mayor o menor entidad y concentración. Ante esto, se pudo aislar cuatro núcleos bastante definidos hacia el norte del valle, y otros cuatro en la mitad sur del área de estudio. En general, las distancias entre una unidad doméstica y otra son siempre mayores a los 400 metros lineales, con un promedio de 1000 metros lineales y algunas llegan hasta los 2800 metros. Teniendo en cuenta la relación con el vecino más próximo, las distancias rondan entre los 400 y 600 metros. Los datos estadísticos muestran que del total de las unidades residenciales analizadas se puede inferir que el poblamiento está extendido por el territorio de forma más o menos regular y condicionado principalmente por la distribución de las montañas. Esta distribución, más o menos homogénea podría estar evidenciando que no prevalece ningún factor de tipo sociopolítico o económico tendiente a la centralización. Así, los núcleos aldeanos resultan en grupos bastante laxos de entidades generalmente dispersas sin predominancia de una sobre otras. 
Otra cuestión profundamente analizada en los estudios de arqueología del paisaje es la visibilidad. La “cuenca de visión” desde un emplazamiento determinado, la intervisibilidad entre sitios o “cuenca de visión acumulada” desde un conjunto de ellos, han sido elementos centrales para establecer las bases sobre las cuales pudo haber sido comprendido subjetivamente el paisaje en un momento dado, mostrando patrones de control o relevancia visual. El análisis de las estructuras y la ausencia de construcciones de tipo defensivo para la época estudiada, hace evidente la total ausencia de medidas de protección, permitiendo esbozar un escenario llamativamente pacífico. La cuenca de visibilidad acumulada del total de unidades domésticas muestra unos rangos de intervisibilidad bastante reducidos y homogéneos. Estos datos muestran que, ninguna de las ubicaciones aldeanas poseía control visual destacable sobre el resto, si no que cada unidad era observable solo por las vecinas inmediatas, y además, sólo de los muros exteriores de las mismas. Lo que sí fue observable desde un gran número de locaciones domésticas, fueron los cordones montañosos que las circundan, destacando las Cumbres Calchaquíes. Éstas permiten la articulación mediante “puntos de encuentro” más que mediante “puntos de control”, tornándose hitos del paisaje sólo en la medida en que estos espacios hayan sido utilizados de manera recurrente.
Como se ha visto, el análisis del paisaje en estos términos permite abordar la configuración política de las sociedades que lo habitaron, tarea que si bien es riesgosa se hace necesaria. Hasta el momento, la arqueología se ha enfocado en factores de tipo económico, con el supuesto de la aparición de sociedades agrícolas de creciente demografía y economías intensivas, organizadas en torno a poblados discretos de tipo aldeano que se estructurarían en lugares centrales que representarían posiciones de poder. O sea, se pensaba a las aldeas como espacios centrípetos, polarizados, como la materialización de una estructura social centralizada en una elite incipiente. Nuevas lecturas de estos fenómenos en distintos contextos y escalas de análisis están mostrando que el centro que articula la cotidianidad de las poblaciones no es otro que sus viviendas y espacios de cultivo. La evidencia de Tafí del Valle muestra, en correspondencia a estas ideas, un paisaje centrífugo y continuo, definido por la ausencia de un centro, o mejor dicho por la presencia de tantos centros que hace de su misma idea algo que debe ser replanteado en términos absolutamente diferentes. 
En base a lo expuesto, parece ser que el poblamiento pudo haberse dado a partir de la replicación de unidades espaciales similares entre sí, que pueden identificarse con ciertos colectivos sociales que pudieron estar asociados por relaciones de parentesco desde lo doméstico. La distancia más o menos homogénea entre unidades, la continuidad de las ocupaciones y el manejo de espacios de visualización parecen indicar la ausencia de grupos comunitarios de mayor jerarquía, o mejor dicho escala, que la doméstica. Esto no significa que hayan estado ausentes, pero marcan una posible gran flexibilidad de los mismos, apoyada además, en la falta de espacios de control o de centralización de actividades sobre lo doméstico. López Lillo y Salazar consideran que este paisaje fue construido por pequeños colectivos que se hallaban en constante conflicto y negociación, cuyas prácticas no fueron reguladas de forma externa ni coercitiva, si no mediante su capacidad de estructurar colectivos mayores con fuerza de trabajo suficiente para su reproducción a lo largo del tiempo. En esta tensión entre autonomía y necesidad de cooperación se estructuró una población sin poder central sobre el total social. Así, podemos ver que la estructuración del espacio físico refleja un campo político igual de fragmentario como lo son los mismos grupos aldeanos, que a su vez posibilitan la reproducción del paisaje, mostrando una limitación material del poder (entendido como capacidad política individual o fraccional), o dicho de otro modo, su distribución homogénea y fluida en todo el grupo. Todo esto muestra una intencionalidad política por parte de las personas, respecto a que el poder se mantuviera distribuido de forma fragmentaria, evitando la toma centralizada de decisiones, y por tanto del surgimiento de un estatismo incipiente; y resaltando la necesidad de negociaciones mutuas entre los miembros de la sociedad.


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