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sábado, 31 de octubre de 2015

El magisterio no es un apostolado

17.09.2015 21:28
El discurso de la "vocación", con el que la ministra de educación (?) y cultura (?!) de Uruguay busca provocar una fisura entre, por un lado, los docentes comprometidos con su profesión y con la educación de los niños y, por otro lado -según la lógica maniquea del discurso-, los docentes ambiciosos que sólo pretenden aumentos de sueldo sin esfuerzos a cambio, ha producido un corte en un lugar inesperado: el vínculo entre la militancia sindical y el gobierno de izquierda neoliberal.
 
Ha circulado por las redes sociales, en los años recientes, un texto con las condiciones de contratación de las maestras en Estados Unidos en el año 1923 [1]. El texto despierta hilaridad pero también incomodidad en quienes ejercemos la profesión docente en Uruguay casi un siglo después: allí se establecían condiciones draconianas de soltería, celibato, prohibición de subirse a automóviles con hombres y lo más significativo, la sumisión de la "señorita maestra" a un poder estatal que se tomaba la atribución de controlar incluso detalles de su vida privada. El maestro es, como enseñaba Durkheim, un modelo moral para los estudiantes y la fuente de legitimidad de dicha moralidad es doble: por un lado y principalmente, el derivado de la certificación institucional y por otro lado el derivado de sus condiciones personales. Ese rol modélico ha rodeado de un aura de respeto a la profesión docente, pero ha sido también, como en el extremo del contrato norteamericano, una fuente de sumisión y pérdida de la autonomía personal, que se ha saldado, entre otras cosas, en la enajenación del tiempo no regulado por el contrato de trabajo. O sea, el tiempo de la familia del docente. Kermeses (que casualmente significa en su origen etimológico "misa"), ventas de tortas fritas, pencas, bailes, festivales, una o dos veces al año para recaudar dinero para el viaje de fin de año de algún grupo de niños de una escuela de barrio pobre o del campo, y diariamente la planificación de actividades, búsqueda de materiales, estudio, corrección de trabajos, elaboración de informes para la derivación terapéutica de los niños. La familia del maestro sabe por experiencia propia que la profesión es de tiempo completo. Pero: ¿es una situación justa y deseable? Por un lado, el compromiso por el bienestar de los niños nos lleva espontáneamente a realizar esos esfuerzos extra horario, pero el punto es que el mismo es requerido no por una necesidad natural o un designio divino, sino porque el Estado y muchas veces tampoco los colegios privados, proveen a los docentes de todos los recursos necesarios para el correcto ejercicio de su profesión. Así, el trabajo extra y gratuito se convierte no en un complemento voluntario, dependiente del deseo del maestro, sino en una condición sine qua non para el correcto desempeño de la función. Se trata de un desplazamiento de la responsabilidad: de la institución que renuncia a brindar los recursos necesarios hacia el docente que, si quiere que el curso funcione adecuadamente y los niños aprendan, se ve obligado a un esfuerzo que viola la más mínima noción de apego a una relación contractual laboral moderna. Lo que resulta, desde el punto de vista del Derecho laboral, más aberrante, es que los inspectores evalúen y califiquen a los docentes (condicionando así sus posibilidades de acceso a concursos de dirección, traslados, etc., es decir, afectando su carrera docente) a partir de la demanda de documentaciones (típicamente corrección de cuadernos, exámenes, carnés de calificación, planificación) que no pueden realizarse en la escuela, en la medida que las 20 horas de trabajo semanal se hacen en presencia de los niños y estando a cargo de su cuidado y educación.
 
La idea de "vocación" como vínculo espiritual entre una persona y su profesión, poniendo entre paréntesis todos los demás aspectos de su vida, dedicándose con abnegación y negación de su condición de trabajador y persona, es un burdo intento de manipulación y no resiste ningún análisis, y menos una investigación. La docencia no es ni menos ni más vocacional que la medicina, la ingeniería o la tecnicatura en masajes terpéuticos y como en todos los casos, la elección de la carrera responde no sólo a inclinaciones personales relacionadas con la subjetividad del deseo y la identificación con los fines de aquella, sino con la disposición de recursos materiales en el entorno del estudiante joven. No por casualidad Uruguay está lleno de médicos y abogados: son carreras con prestigio social enorme y posibilidades de ascenso social; Malvín es el barrio con más estudiantes de ciencias: allí está la Facultad pública; en el interior hay proporcionalmente más militares, policías y docentes que en la capital: allá hay menos posibilidades de realizar otras carreras. Y si la docencia es segunda opción en muchos casos, o un camino escogido por quienes no han podido sostener otras carreras más prestigiosas y con mayor perspectiva de ingresos, es precisamente porque tiene una bajísima perspectiva de ingresos, amén de una decreciente valoración social. No se trata de la ausencia de vocaciones docentes, sino de un Estado que ha aplastado a la profesión docente.
 
La medida sindical de los maestros de Montevideo, trabajar "a reglamento", sólo dentro de las 20 horas del contrato, implementada no sin resistencias y no sin discusión interna,  tiene una enorme fuerza simbólica y jurídica. Se trata de una jugada política excelente, además. Demuestra con las acciones, que el trabajo pedagógico de los docentes uruguayos se sostiene de modo injusto en un esfuerzo extra-contractual, que debe reconocerse y remunerarse económicamente. Coloca al gobierno en la situación de tener que amenazar con la represión administrativa -que por otra parte no todos los inspectores están dispuestos a efectuar, dada su participación activa en la última huelga- y exponerse a demandas laborales con mucha posibilidad de éxito para los trabajadores docentes. Un aspecto contextual de este conflicto entre el gobierno de izquierda neoliberal y los docentes, es la crisis de la representación de la izquierda: estamos aprendiendo juntos que no se puede delegar en la elite aburguesada de la izquierda empresarial (ni en ninguna otra) la lucha por nuestros derechos, por nuestras condiciones de vida y de ejercicio de nuestro trabajo, así como por los derechos de los niños a una buena educación. Tenemos que hacerlo nosotros mismos y en nuestro lugar de trabajo. Se trata, diría Foucault, de resistir al poder allí donde se ejerce.
 
 
[1] Apple, Michael W. "Maestros y textos", 1989, citado en http://www.pilarjerico.com/historia-del-trabajo-contrato-de-maestra-en-1923
 
 


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