Virgilia D’Andrea, un alma libre
EXCÉNTRICOS, RARAS Y OLVIDADOS. Natalia Fernández Díaz-Cabal / Lingüista y traductora.
Hay vidas que surgen del barro y otras substancias aún más inmundas que, sin embargo, no consiguen aniquilar la dignidad. Tal es el caso de Virgilia D’Andrea, anarquista y poeta italiana.
Vino al mundo en una tierra de temblores -los Abruzos- y pobreza, en febrero de 1890. Su madre murió cuando ella aún era muy niña y su padre se casó en segundas nupcias, y tuvo dos hijos con su nueva mujer. Una reyerta de trasfondo pasional confuso se llevó por delante la vida del padre y de sus hermanos, y la solitaria Virgilia, de seis años a la sazón, fue recluida en un centro católico para señoritas, donde tomaron los restos de su alma para adoctrinarla sin infundirle calor -su tutor solía decirle que ella no era como las demás y que se hiciera a la idea de que tampoco podría aspirar a los gozos y las sombras de la comodidad burguesa-.
Bien es cierto que Virgilia era muy diferente a todas. La materia prima que la constituía era el dolor y, pese a todo, estaba dotada para una generosidad exorbitante. Marcaría su vida el asesinato de Umberto I, ella, que sabía muy bien lo que significaba una muerte violenta. Tenía unos diez años cuando, de paseo con otras internas, se encontraron la ciudad ahogada por los crespones negros por la muerte de Umberto I. Cuando ella preguntaba a las monjas para conocer algo cercano a la verdad, se encontraba las puertas herméticamente cerradas. La verdad, entonces y siempre, tendría que buscarla ella misma. En 1915 la sorprende el brutal terremoto de Avezzano, que causaría 30.000 víctimas mortales, y al que sobreviviría. Hacía poco que había salido del orfanato para ejercer de maestra rural. Pero la inquietaban los problemas de su gente, las miserias que sufrían, las injusticias que los arrasaban y condenaban.
Empezó tomando contacto con los grupos socialistas -al frente de las mujeres socialistas firmó un manifiesto en 1917 para que finalizara la Primera Gran Guerra-, luego pasa a las filas anarquistas a partir de Armando Borghi -su pareja vitalicia, sin matrimonio “legalmente constituido”, puesto que defendían el amor libre-. En realidad, Virgilia sostenía que el amor solo puede ser libre. Y bien es cierto que el amor esclavo, si tal oxímoron fuera posible, no sería amor.
Había empezado, junto con las actividades de un antifascismo propagandístico encaminado al alivio del dolor de la población civil, a escribir poesía. Poesía militante, de formato clásico en su rima y arquitectura, pero muy del gusto incitador, en tono heroico, sin dejar de lado la ternura. Así es como ve la luz Tormento, un librito de exaltación de las libertades y de la lucha, precedido por un arrebatado prólogo de un personaje mítico en el anarquismo, Errico Malatesta. Al día siguiente las autoridades ya le habían interpuesto denuncia por “incitación al odio”. La detienen efectivamente en 1919. Y una segunda vez en octubre de 1920, acusada de conspirar contra el Estado. Cuando sale es prácticamente la única persona al frente de la publicación libertaria Umanità nuova. En 1922 vivir en Milán, adonde ella y Borghi se habían desplazado, se hace casi imposible: no los aceptan ni en los hoteles. Ya son varios los aldabonazos; la mujer que ha surgido de la tierra ya no tiene tierra que la ampare y ha de huir. Consigue un pasaporte para Alemania, donde en principio viaja para asistir al Congreso Obrero Sindical Internacional, pero ya no vuelve. En Berlín le espera una vida de privaciones y persecuciones. Ella y Borghi lo habían perdido todo: antes de salir de Italia dejaron sus pocas pertenencias en casa del editor de Virgilia. Pero el editor fue detenido y los objetos personales confiscados.
La muerte de Malatesta
Por suerte, la estancia germánica es breve. Luego recalan en Ámsterdam, ciudad efervescente de movimientos anti-fascistas, y de ahí se establecen en París, lo que permite a la poeta inscribirse en la Sorbona y publicar el que habría de ser su segundo libro, L’ora di Maramaldo, un alegato contra Mussolini. En 1926, y precisamente en la capital francesa, funda la revista Veglia, que habría de ser todo un referente en el mundo libertario. Llegan a salir ocho números. En 1928, el cónsul de los Estados Unidos en París le facilita un permiso para ir a Nueva York. Borghi ya estaba allá. Había conseguido entrar clandestinamente. Había fracasado un plan previo: la boda de Virgilia con un amigo de New Jersey para convertirse rápidamente en ciudadana americana. Pero las autoridades lo detectan y lo impiden: ¿quién va a osar casarse con una peligrosa propagandista subversiva? Pero la huida solo podía ser hacia adelante. Imposible volver a Italia.
Una vez en Estados Unidos empieza su carrera como oradora -como la brillante anarquista Emma Goldman-, que la lleva desde la costa Este hasta California. Pero sentía que sus fuerzas no estaban a la altura de las exigencias. Se sentía cansada. Y, por añadidura, se había instalado en ella un sufrimiento infinito y una sensación de inutilidad. En 1932 le alcanza la noticia de la muerte de Malatesta, prisionero desde hacía tiempo en su propio domicilio romano. Virgilia se encontraba en Boston. La mala noticia fue la gota que colmó un vaso de hiel y que se sumó a lo que sería una cadena de dolor sin fin. Poco después la ingresaron con una fuerte hemorragia que la obligó a pasar una intervención quirúrgica de urgencia.
Tras haber vuelto a una aparente normalidad se sumergió en Nueva York en el proyecto de un nuevo libro de poesía, Torce nella notte. Pero la normalidad, o su portavoz más habitual, la rutina, le fueron esquivas desde entonces. Tras muchos altibajos, entró en una fase de profunda debilidad física, acompañada de dolores atroces. Cuando, acompañada por Borghi, acuden a un especialista, este, por toda explicación, frunció el ceño. Era el 1º de Mayo de 1933. En las calles sonaban las voces de los trabajadores y su rebeldía. Nadie les comunicó nada, pero Virgilia lo leyó claramente, de refilón, en un informe: carcinoma. La ingresan (nunca se supo si el tumor era abdominal, como se sostuvo mucho tiempo, o de mama, como indican algunas fuentes). Lo cierto es que la operan de nuevo. Borghi le llevó, entre excitado y triste, el primer ejemplar de Torce nella notte, que acababa de salir publicado. Era el 11 de mayo y Virgilia besó y acarició la portada del libro. Fallecía pocas horas después. La prensa, en bloque, se negó a publicar su obituario.
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